17 septiembre 2007

Ya se acabó lo bueno

Hola a todos, niños y niñas ;o) Traigo la nariz como una berenjena merced a mis alergias, pero tengo que decir que me lo he pasado fenomenal, he intentado no comer mucho, hemos hecho más kilómetros que el baúl de la Piquer (lo que nos encanta), nos hemos llenado los ojos de verde y los pulmones de olores aromáticos... y hale, de vuelta a casa. De lo malo malo, me queda el consuelo de ver al resto tan por los suelos como yo. Ya sabeis, mal de muchos...

Gracias a Nando y Óscar por su apoyo moral, en lugar de las envidias y rencores a los que estoy acostumbrada ;o))) Así sí que se puede. Más majos ellos... ;o))))

Y la verdad es que tengo mucho que contar, o no tengo nada, según se mire. Quiero decir que no os voy a soltar el típico peñazo del quintal de fotos y lo bien que lo pasamos y todo lo que hicimos, etc, porque además de ser un tostón para todos, es cansado de relatar a más no poder. En cambio ayer me vi transportada a experiencias de mi infancia remota, y de eso sí que tengo ganas de hablar.

Cuando yo era pequeña siempre iba al cole con mi hermana, dos años mayor. De hecho nos mandaban en lote a todas partes, hasta el punto de que cuando mi hermana empezó a salir con sus amigos me enviaban a mí de "supervisora". Os podeis imaginar el papelón... Pero esto mío no iba por ahí. Quería contaros que durante un año mi hermana cambió de colegio pero a mí me iba muy bien en el mío, así que fuimos cada una a uno diferente. Esto quería decir que ella se libraba de mi omnipresencia, y yo de aguantar el rollo del vigilante por una temporada. Durante ese año me di cuenta de que, por primera vez en mi vida, me llevaba bien con el grupito de las niñas de clase. Es más, me llevaba excepcionalmente bien con la más popular de la clase. Esto nunca se ha repetido en mi vida, porque los populares ya sabemos todos cómo son, y yo soy más bien de ir a mi aire. Me sentí aceptada, valorada, integrada. El problema eran los chicos. Me llevaba bien con la mayoría, pero aquí eran los más guapetes los que me ponían la zancadilla. Ellos me pusieron mi primer mote: He-Man. El muñeco estaba de moda en esa época, y la verdad es que no les faltaba razón, porque siempre he sido muy bruta para mis cosas. Tampoco me ofendía, porque me veía reconocida, no le encontraba la malicia y hasta me identificaba un poco con el personaje del luchador contra las fuerzas del mal. Después, a lo largo de mi vida siempre ha ocurrido lo contrario: con los chicos tengo un entendimiento instantáneo, pero con las niñas... No puedo, me hacen sentir como un lobo de la estepa siberiana, especialmente las del coro de la Iglesia del barrio o las del colegio de monjas. Con ellas me cuesta tres veces más relacionarme.

Pero hablo de antaño... Y ese año fue genial. Lo mejor, lo que verdaderamente recuerdo con intensidad y emoción son los días de niebla, caminando sola los 20 minutos que me separaban del cole. Mi familia vivía -sigue viviendo- muy cerca del paso urbano del Manzanares, al lado del Palacio Real y los Jardines del Campo del Moro. Comprendereis que mi memoria olfativa sea tan poderosa ;o)))) El caso es que en tan estrecha cercanía del río muchos eran los días de otoño e invierno que amanecían con una niebla espesa y cerrada que a mí me llenaba el corazón. A la mayoría de la gente le angustia, le da miedo. Para mí era como el cielo en la tierra. Esa sensación de estar rodeado de nubes, de no ver más allá de un palmo, lejos de asustarme me hacía sentir protegida, alejada del mundo y sus miserias. Si yo no podía ver, tampoco podían verme a mí. Podía estar oculta, ser invisible, jugar a los fantasmas, y tendría siempre la mullida cobertura de la niebla a mi alrededor. Nada más importaba, estaba yo sola en la calle, en la ciudad, en el mundo. En paz con todos, respirando el aire húmedo que descendía directamente del firmamento.

El viento también me gustaba, y a veces hasta me hacía caso. Le pedía cuando iba a tener un examen que no soplara, que se me llenaban los ojos de polvo y luego, a pesar de las gafas, no veía nada. Y había días de primavera en que el viento no soplaba y yo me sentía la niña más feliz del mundo.

Siempre he pensado que las cosas vistas muy de cerca son demasiado desagradables. Cuando por el motivo que sea tengo que ir por la calle ejerciendo de ciega lo corroboro: una chapa de refresco en el suelo parece una moneda de oro a mis distorsionadas retinas; el suelo parece brillante y limpio, el sol reluciente y el cielo, un campo de algodones o el mar tranquilo del veraneo. Eso es lo que veo cuando no veo, y la verdad, me gustaría hacerlo más a menudo.

Después, ya de bastante mayor, leí a Carlos Castaneda y su ideario místico de los indios yaquis... y cuando llegué a la parte de los aliados del brujo me quedé de piedra. El viento y la niebla. Ésos son los elementos de los que se vale en su sistema de conocimiento el que pretende alcanzar una conciencia superior. Después de la sorpresa me eché a reir. El viento y la niebla aún son mis aliados ;o))))

Pues bien, ayer había viento y soplaba bastante fuerte. Le pedí que no me empañara las lentillas, por aquello de los viejos tiempos... y dejó de soplar. De repente. Me sentí otra vez como con 7 años.

Y hoy, a pesar de los pesares, sigo con la impresión de que la vida y los elementos naturales son maravillosos. Un beso a todos, que os he echado mucho de menos ;o)))))))

1 comentario:

Anónimo dijo...

Mi primer recuerdo de Vigo, donde conocí a mi mujer, es el olor del mar y el canto de las gaviotas al amanecer... Snif snif... cuánto te comprendo... ¡¡Bienvenida de vuelta!! :D