22 septiembre 2006

Desencanto

Hoy, queridos amigos, toca hablar del desencanto.

¿Os acordáis de esa época en la que lo único importante eran los amigos? Ese momento en el que lo que dicen tus padres te suena todo el tiempo a sermón; lo que dicen tus profesores, a filosofía de libro de bolsillo, y lo que te intentan inculcar desde tu entorno de adultos te parece que va destinado únicamente a fastidiarte... y ahí están tus amigos, que comparten tus mismas preocupaciones trascendentales, tus experiencias académicas y muchas veces personales, que están en total sintonía contigo y sin los que te parece que el mundo no valdría un céntimo. ¿Adónde va a parar todo eso cuando crecemos? ¿Cómo y por qué se deshacen esos lazos que pensábamos que eran irrompibles? Generalmente se culpa al cambio de etapa (del cole al instituto, del instituto a la Facultad o Escuela), pero a la vuelta de unos años nos damos cuenta de que esos entrañables amigos de nuestra infancia, que eran más que hermanos para nosotros, han desaparecido. Simplemente ya no están.

Y claro, nuevos amigos llegan... muchas veces para volver a evaporarse. Y entonces te pones a trabajar, y haces nuevas relaciones en tu entorno, pero ésas se deterioran o se pierden mucho más rápido aún que las anteriores, digamos que se queman más fácilmente debido en gran parte a que cuando cambias de puesto, como ya no hay necesidad mutua, el espíritu de equipo se diluye y sólo queda un rescoldo de compañerismo que poco a poco va desapareciendo también.

Yo he tenido muchos amigos. Si me pongo a echar cuentas de los que recuerdo desde que tengo uso de razón calculo unos 100 ó 120. De toda esa gente actualmente sólo mantengo contacto frecuente con 5, 7 a lo sumo. Y lo peor es cuando por casualidad te encuentras con alguien que era -supuestamente- uña y carne contigo... y no lo recuerdas. Ese momento es terrible, no sólo por la vergüenza que pasa la otra persona (figúrate...) sino porque yo, que soy muy filosófica para mis cosas, me doy cuenta de que hay una parte de mi vida que he perdido, que cuando tenía seis años tenía una amiga íntima con la que compartí miles de cosas que no recuerdo, y que igual era algo importante a pesar de no poder traerlo a la memoria. No, todo lo que te pasa a los seis años es importante, ahora no tengo dudas. La gran mayoría de los traumas o avances, todos tus esquemas mentales los adquirimos entre los 3 y los 6 años, de modo que hay cantidad de claves que me faltan para interpretar el modo en que me relaciono con la gente hoy en día. Es como tener una caja fuerte con siete candados y darse cuenta de que tres los has tirado a la basura en la última limpieza general pensando que eran las llaves de la casa del pueblo que tu abuela vendió.
Qué frustración se produce en ese momento. Pero volvamos a la pobre amiga de la infancia a la que no recuerdas... Se te queda mirando muy sorprendida al principio, después triste e incrédula, y te dice por fin: "¿de verdad que no te acuerdas de mí? Si éramos superamigas, estábamos juntas todo el tiempo...". Y te juro por lo más sagrado que no me acordaba, tuve que echar mano de archivo (para esto las fotos anuales del cole son muy útiles) y allí estábamos las dos, mirando al presente desde ese instante de hace un montón de años, cogiditas de la mano, diciéndole a todo el mundo que éramos las mejores amigas que podía haber. Os puedo asegurar que me dolió más a mí que a ella comprobar cómo se pierde la vida por el camino.

¿Dónde van a parar esos momentos, dónde se va la amistad, el cariño, la complicidad, cuando se olvidan?

Esto sigue ocurriendo y yo lo asumo como parte de un ciclo natural de reciclaje, nada es eterno ni inmutable, y unas cosas dan paso a otras. A la felicidad le sucede la tristeza, a la agitación la calma, y vuelta a empezar otra vez. Pero darte cuenta de todo lo que dejas en el camino da que pensar.

La vida es maravillosa, sin ninguna duda, pero también bastante cruel.

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