08 octubre 2007

El patrón genético

Ya se que habrá quien nada más leer el título piense "no me creo lo que me vaya a contar", por eso de que al ser humano en general no le gusta mucho el determinismo, pero estas son observaciones empíricas.

Dice mi suegra que hay que ver mi hija, qué exagerada que es. Y claro, yo enseguida pienso: "Pues como su madre", pero inocente pregunto a qué se debe el comentario. Y dice la madre de mi esposo que mi niña, teniendo una tarea del tipo que sea por delante pero especialmente las estudiantiles, no para hasta verlo terminado. Que se le ve que está agotada y ya no puede más, pero se obliga a seguir hasta que hay que decirle que lo deje ya, y aún así todavía sigue otro rato. Esto no se lo ha enseñado nadie y a mi suegra le admira tanta capacidad de esfuerzo y sacrificio, pero es lo que he hecho yo toda la vida, y me estoy dando cuenta ahora. Puedo pasar horas sentada en la silla acabando algo que ni siquiera es importante, con calambres en los brazos, dolor de espalda, cansancio ocular y unas agujetas en el trasero de no levantarme que no veas, pero sigo hasta que lo acabo. Es cuestión de disciplina.

Y como yo en casa no trabajo, supongo o infiero que la niña lo lleva de algún modo impreso en el patrón genético, porque mi marido no hace esto. La gente normal descansa bastante antes del punto de agotamiento, pero yo no. Y mi hija tampoco. Honra merece...

Fíjate si es importante y cómo nos marcan las cosas que nos dicen de pequeños. Yo de niña comía fatal, pero no como los casos que conocéis sino como las anoréxicas de ahora. Igual pasaba el día entero con un vaso de leche para desesperación de mis padres, que no conseguían hacerme comer ni por las buenas ni por las regulares, y había que pasar directamente a las malas: mi madre me sujetaba en brazos y me tapaba la nariz, mientras mi padre me sujetaba de la barbilla y me metía el tenedor en la boca cuando la abría para respirar. Este drama humano tenía lugar cada lunes y cada martes, y no sé porqué pero no me daba la gana de comer por más medicinas para abrirme el apetito que me dieran, por más barbaridades que me dijeran. Recuerdo con especial cariño lo de: "Se te va a cerrar el estómago y cuando quieras comer ya no podrás", o eso otro de: "Si no comes te vas a morir". Y yo nada, a lo mío. Tanto era así que en cuarto de EGB, que serían de 9 a 10 años, yo pesaba 24 kilos. Todo el mundo me sacaba una cabeza de alto, y por supuesto era con diferencia la más delgada del curso. Y lo peor era cuando a mi madre le decían que si no me daban comida suficiente o qué, y la pobre se echaba a llorar contando la historia de la terca de su hija. En realidad ya digo, no sé por qué lo hacía, pero está claro que tenía una determinación y un propósito en la vida.

Esto fue hasta que un día mi madre me dejó en casa de una vecina a comer, que tenía hijos de mi edad. Me puso lentejas, que no las había comido en la vida porque no me daba la gana, y le dije que no me gustaban. Ella, con la experiencia que da tener dos chicos en vez de dos niñas -como era el caso de mi madre- me dijo que probara sólo una cucharada... y no estaba yo muy convencida, pero le hice caso y me gustaron. Tomé tres más y le dije que había terminado, y claro, la mujer que ya se sabía la historia, me dijo que tenía que comer más. Yo decía que no tenía más hambre, y ella me respondió: "El que no come después de harto, no trabaja después de cansado". Me acabé el plato.

Cuando mi madre me puso lentejas en casa, sin decirme nada de la comida en casa de la vecina, le dije que no las quería, que no me gustaban, y ella me dijo que si había comido las de la vecina, las suyas también. Hombre. Por la cuenta que me tenía me las tomé, y hoy son mi plato favorito. Qué cosas.

Pero donde quería llegar es a cómo nos influye lo que nos dicen de pequeños. Lo de trabajar después de cansado se ve que me caló, porque desde entonces lo he incorporado a mis procesos automáticos. Y me canso como todo el mundo, solo que yo sigo.

Pues bien, a mi hija no se lo ha dicho nadie, pero lo hace igual. Por suerte ella no come tan mal y se puede permitir ciertos sobreesfuerzos, pero es admirable las características, a veces banales, que transmitimos a nuestros vástagos. Como lo de sacar un pie de la cama cuando duermes, o dormir de lado, o andar siempre por lo alto del sofá. Son cosas que están ahí, que se te habían olvidado y que un día ves hacer a tu niña y piensas: "¡Pero si esto lo hacía yo!"

En fin, que está claro que después de este rollo todos nos merecemos un descanso ;o)))

Voy a llamar a mi hija, que es un Sol pequeño y una curranta de primera categoría ;o)))))

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