Pues eso, demasiao pa mi cuerpo lo que llevo aguantado. Un día exploto y monto la de Dios con una escopeta de caza. El que avisa no es traidor.
Y no es por quejarme, que tengo motivos de sobra pero no sirve de nada. Yo soy como soy, rara, masculina, sin sutileza ninguna y con mala leche. Me voy moderando, pero es que le dan a una ganas de arrancarse y entonces me llevo por delante lo que sea. Tampoco es eso, ¿no?, que doy mal ejemplo a mi criatura, me planteo yo. Y claro, una convencida de que con los valores morales y la integridad por delante se tiene casi todo ganado se da cuenta de que a estas alturas de la feria, la gente con eso se limpia el culo. Dos veces o más, si me apuras.
Y entonces ¿qué hago? Porque exponerse a una crisis existencial con la que está cayendo tampoco me parece una solución, ni lo de hacerme hippie y montar una comuna de recolección de margaritas. Total, que al final tiras por la calle de enmedio y que salga el sol por Antequera. O lo que es lo mismo, le explico a mi hija qué es lo que se debe hacer, y qué es lo que van a hacer los demás que no tienen la suerte de ser ella: comportarse como malnacidos todas las veces que tengan ocasión.
A mí esto no me lo contaron y lo he tenido que descubrir de mayor, que la gente en general es amoral, oportunista y vil, y entrando en casos, los hay -y se los encontrará- que no merecen ni vivir, no porque lo diga yo sino por el bien de la Humanidad. Mi hija, de tan sólo cinco años, es mejor en todo que yo. Más lista, más guapa, más flexible y más sutil. Se adapta mucho mejor, en una palabra, y supongo que tendrá más suerte que su madre, porque hasta eso se lo fabrica uno mismo. El caso es que ella ha llegado ya a la conclusión de que tiene amigas, pero malas, porque cuando ella tiene problemas no le ayudan y cuando las necesita no están. Ojalá todos tuviéramos la mitad de lucidez.
Mi niña es noble y generosa, pero también es justa y severa: sabe lo que debe hacer con ese tipo de gente. No le sirve -como a mí - la excusa de la edad, porque sabe que la gente suele permanecer en el camino que elige, y ése desde muy pequeños lo tenemos bastante claro. Los chivatos, los pelotas, los lameculos, los abusones, los extorsionistas, los que van de víctima... todos repiten el patrón desde la infancia hasta la vejez, y cuando uno aprende una maña para salirse con la suya tal vez evolucione, pero no la suelta. Mi hija elige a sus amigas mejor de lo que yo nunca lo haré.
Y yo me pregunto, ¿de qué sirve tanto esfuerzo? ¿Realmente merece la pena pasar la vida luchando contra los que nos rodean, donde se supone que debemos formar parte de una comunidad? ¿Qué sentido tiene vivir rodeado de toda esta... inmundicia humana? Somos peor que los chacales.
Cada vez me resulta más atractiva la idea de perderme. Yo me canso mucho de la gente, dice mi amigo Miguel que porque lo doy todo desde el principio y luego la gente me decepciona. En realidad es que me gusta conocer gente nueva, pero no descubrir cómo son de verdad. Por eso me gusta tanto mudarme de casa a menudo, cambiar de trabajo como mucho cada 6 meses, irme de vacaciones casi cada fin de semana. La gente me aburre, me hastía, me deprime, me cabrea y por último, me hacen plantearme la necesidad de las comunidades de bípedos. Conclusión: no soporto la estupidez excesiva que hay en el mundo.
En fin, cuando recupere la confianza en el género humano será porque se me haya ablandado el cerebro, o porque empiece a volverme senil.
La vida es maravillosa, pero cuantos menos seamos, mejor lo pasamos.
02 marzo 2009
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